Vino y romanos, costumbres, usos y posibles sabores…
Sabemos que en la antigua Roma bebían vino. Incluso que veneraban al dios Baco, lo que nos hace pensar que tenían en alta estima a esta bebida. Pero ¿sabemos cómo era realmente ese vino que se consumía hace un par de milenios?
Hay dos ideas básicas a la hora de imaginar lo que se metían al cuerpo Julio César, Augusto o Marco Antonio: ese vino era muy diferente a lo que ahora disfrutamos nosotros. Y que, con toda seguridad, no nos gustaría lo que nos ofrecieran en un banquete en Tarraco o Híspalis.
Averiguar cómo era el vinum romano es una tarea de arqueólogos e historiadores a la que se han sumado algunos viticultores. Lo primero es investigar en tratados de agricultura, medicina y en las obras literarias —Catón, Columela, Plinio el Viejo, etc.— de la antigua Roma para averiguar la relación de esta cultura con el vino. La lectura de esos antiguos está reservada a los que saben latín pero podemos conseguir que nos cuenten algunos de sus descubrimientos.
Un detalle curioso es que, hace 2.000 años, las vides crecían en pérgolas o entremezcladas con olivos, al estilo antiguo. Las bodegas también eran muy diferentes y el jugo obtenido tras pisar la uva se fermentaba en grandes jarrones de tierra cocida semienterrados.
Otro aspecto en el que probablemente nunca hemos pensado (porque lo tenemos resuelto desde siempre) es el de la conservación. Pero debemos saber que antes del siglo XVIII este tema no estaba resuelto. Para ello los romanos desarrollaron la vinificación de diferentes maneras, buscando el sueño de la conservación más o menos prolongada del vino. Para ello utilizaban distintas recetas a base de especias, miel o defrutum (jugo de uvas concentrado por ebullición), con lo que también conseguían aromatizarlo.
Para los romanos el vino era una bebida sagrada que se utilizaba como panacea contra todos los males. Algunos vinos, como el mulsum, tenían la reputación de conservar la fortaleza del hombre durante muchos años y su consumo estaba prohibido a las mujeres, los efebos y la servidumbre. El mulsum es un vino tinto de fiesta y según Plinio el Viejo en su composición se incluye la miel y un cierto número de plantas y especias como la canela, la pimienta y el tomillo. Aunque se servía normalmente en la gustatio, el aperitivo, era muy apropiado para acompañar alimentos tan dispares como el de pato y el queso.
Otro vino, el turriculae, es lo que los romanos consideraban un vino blanco seco. Según Lucio Columela en su receta se incluyen el agua de mar, defrutum y distintas plantas. Nos podemos imaginar a Bruto celebrando alguna maldad cometida con grandes cantidades de turriculae, que acompañaría con ostras y pescados ahumados.
Un vino diferente era el carenumque. Se obtenía según los textos de Palladio, al fermentar uvas muy maduras con defrutum, plantas y membrillos. Este vino, dulce, delicado y sedoso, acompañaría perfectamente el foie-gras. Todo ello según los gustos actuales de maridaje, claro.