Hay fechas que se marcan a fuego.
Llega el 21 de marzo, la primavera, y el amor invade nuestros corazones. Y para celebrar una fecha tan señalada lo primero que se nos ocurre es una cena romántica con nuestra pareja. No hay mejor festejo en la vida que brindar con la persona amada con una copa de buen vino. En ese momento el vino se convierte en un elixir capaz de elevar nuestros corazones a las alturas. El amor marida muy bien con el vino.
Y aunque nos creamos muy modernos, esta práctica es tan antigua como el mundo. Y como casi siempre, debemos beber (nunca mejor dicho) de los clásicos, y la Antigua Grecia es el lugar de nuestras raíces culturales.
El propio Eurípides, uno de los grandes trágicos del siglo de oro ateniense, hace casi 2.500 años humanizó a los personajes de sus obras y los volvió seres complejos en los que podemos reconocernos ahora, tantos siglos después. Y Eurípides nos lo dijo en una de sus obras: “Donde no hay vino no hay amor”. Y siempre nos han dicho que hay que hacer caso a los clásicos, así que aprendamos la lección que nos dio uno de los padres de la tragedia griega, uno de los grandes autores de la Antigüedad clásica.
Siglos después, en el comienzo de nuestra era, el gran autor latino Ovidio, poeta maldito en la corte del emperador pero tocado con la gracia de la inspiración, nos dejó una cita igualmente evocadora: “Con amor, el vino es fuego”. Ovidio se casó tres veces, así que sabía de lo que hablaba, y probablemente hubiera experimentado esa sensación antes de escribir sobre el amor y el vino.
Pero esta relación – amor y vino – no es una cuestión exclusivamente occidental. En el siglo XI, el gran poeta persa Omar Jayyam dedicó innumerables poemas a esa pareja esencial en la vida humana. El vino y la compañía de las jóvenes en los jardines se convierten para este viejo sabio, uno de los grandes matemáticos y astrónomos (además de poeta) de la historia, en la imagen del paraíso en este mundo. “Nos prometen el vino, el agua miel y un edén con huríes de ojos de jade. Si nos damos aquí al vino y a las bellas, no está mal, que es el premio que allá en el paraíso nos está reservado”.
Poco después, en el tránsito entre los siglos XIII y XIV, el divino Dante Alighieri nos recuerda que “el vino siembra poesía en los corazones”. Es difícil no estar de acuerdo. Y, como siempre, hay que hacerlo con medida. Mejor una copa de vino y un poema de amor que un exceso para pretender escribir varios tomos de poesía en una sola noche.
En otro rincón del mundo, muchos siglos después, el poeta bengalí Rabindranath Tagore encontró en el vino la mejor metáfora para el amor. “Anoche, en el jardín, te ofrecí el vino espumeante de mi juventud. Tú te llevaste la copa a los labios, cerraste los ojos y sonreíste; y mientras, yo alcé tu velo, solté tus trenzas y traje sobre mi pecho tu cara dulcemente silenciosa; anoche, cuando el sueño de la luna rebosó el mundo del dormir”.