Una botella de vino es una botella de vino. O no. Está claro que no es lo mismo una botella de vino bueno que de otro menos bueno. No se puede comparar una botella de un buen producto, cuidado con mimo desde el principio, desde la elección del terreno, del tipo de uva, además de las condiciones naturales cambiantes que hacen del vino algo único e irrepetible, con un caldo fabricado sin gusto ni interés. Nadie lo pone en duda.
Pero una botella tampoco es siempre una botella. O, mejor dicho, no todas las botellas son iguales. Estamos acostumbrados a la botella tradicional, la de 750 cl, que nos olvidamos de que en el mundo de la enología hay muchas otras posibilidades.
Los diferentes tamaños de las botellas tienen algo de mágico y misterioso, es algo curioso que lo mismo levanta pasiones como se olvida para surgir de nuevo. Porque nos movemos en este tema sobre arenas movedizas, leyendas sin justificar, opiniones traídas por los pelos y detalles curiosos.
Por ejemplo, la pregunta más evidente. ¿Por qué la botella de vino estándar es de 750 cl? Es interesante comprobar que ni siquiera en algo tan tradicional, en algo que vemos todos los días, hay una respuesta clara. Cabría pensar que la medida habitual fuera el litro, pero no es así, sino de tres cuartos de litro. Hay quien dice que es el tamaño que podían hacer más fácilmente los sopladores de vidrio. Otros, que es la cantidad que los médicos de la antigüedad consideraban que era la apropiada para el consumo diario de una familia. Otros hablan de la conveniencia a la hora de manipularlas, una vez llenas, por tamaño y peso. Pero parece que ni siquiera esta medida estándar es muy antigua. La respuesta tal vez esté en que esos famosos 75 cl es el tamaño en el que mejor se combinan todas las razones anteriores y, probablemente, alguna más.
Y claro, además del tamaño de la botella estándar existen mucho otros más. Está claro que cada uno puede fabricarlas del tamaño que quiera, y de hecho esta elección es un factor clave a la hora de hacer una campaña publicitaria. O para conseguir una decoración peculiar. Pero a la hora de la tradición hay muchas otras posibilidades, y todas toman como referencia esa cifra inmutable que es 750 cl.
Por un lado tenemos la media botella, es decir, 375 cl. Y otra, la que probablemente sea la segunda más usada, la de 187’5 cl. Es muy utilizada en los menús de trenes y aviones. En los vinos tranquilos suelen llamarse Split o Piccolo mientras que en los espumosos es más conocida como Benjamín. Dado lo pequeña que es a veces puede tener una capacidad de 200 cl.
Por el otro lado, entre las botellas más grandes de la estándar, la cantidad de tamaños parece interminable. Parece que son las más atractivas, por algo será. La más conocida es la Mágnum, de 1.500 cl, que equivale a dos botellas. Muchos entendidos dicen que tiene el tamaño ideal para la conservación el vino, por la relación que existe entre el volumen del líquido y el del aire que queda en el cuello.
A partir de aquí entramos en otra dimensión. O en otras dimensiones, cada una con un nombre muy peculiar:
– Jéroboam, de 3.000 cl, equivalente a cuatro botellas estándar.
– Rhéoboam, de 4.500 cl, equivalente a seis botellas.
– Mathusalem, de 6.000 cl, equivalente a ocho botellas.
– Salmanazar, de 9.000 cl, equivalente a doce botellas.
– Balthasar, de 12.000 cl, equivalente a dieciséis botellas.
– Nabucodonosor, de 15.000 cl, equivalente a veinte botellas. ¡Quince litros!
Pero aún hay más, aunque sólo en botellas de vinos espumosos:
– Salomón, de 18.000 cl, equivalente a veinticuatro botellas.
– Sovereign, de 25.000 cl, equivalente a treinta y tres botellas.
– Primat, de 27.000 cl, equivalente a treinta y seis botellas.
Y, por fin, la mayor de todas:
– Melchizedek, de 30.000 cl, equivalente a cuarenta botellas.
Todos estos nombres largos y la mayoría extraños corresponden a personajes bíblicos. Queda ahora la tarea de investigar por qué fueron elegidos cada uno para su tamaño respectivo.
Es evidente que los tamaños más grandes apenas se utilizan, entre otras cosas por la dificultad de fabricar la propia botella y, además, de lo complicado que es manipularlas, dado su peso y tamaño. Es entonces, al imaginar una Primat o una Melchizedek cuando nos damos cuenta de lo bien calculado que está el tamaño de la botella tradicional. Fácil de fabricar, de conservar, de manipular y, además, de consumir. Y, si somos muchos y se queda pequeña, siempre se puede abrir otra. ¡Larga vida a la botella tradicional!