Arte y vino en Museo del Louvre: deidades, mercaderes, reyes y santos participando en la fiesta del vino
No hay duda de que el Louvre de París es uno de los más importantes museos del mundo. Y de los más variados ya que en sus salas pasamos con naturalidad de la Mona Lisa a la Venus de Milo, del Escriba Sentado a La Libertad guiando al pueblo, y de la Victoria de Samotracia a La encajera. En un momento hemos pasado de la creación de Leonardo a la de Delacroix y Vermeer junto a artistas de los que nunca sabremos los nombres.
En esas obras maestras que habitan este museo se refleja la historia pero también los gustos y las pasiones de los seres humanos. Las alegrías y las penas, la lucha por la libertad y el trabajo diario. Y si está la vida también tiene que estar el vino.
El vino ha hecho más felices a las grandes civilizaciones de la historia, así que los artistas han reflejado el mundo de nuestra bebida favorita de mil maneras diferentes a lo largo de miles de años. Así se puede recorrer el Louvre no sólo persiguiendo esa media docena de obras famosas frente a las que hacerse un selfi sino sumergiéndose en la historia del arte para buscar allí la gloria de la representación del vino y de todo lo que lo rodea.
En el Louvre está el Vaso Borghese, esa crátera (la vasija en la que se mezclaba el vino con el agua, según la costumbre antigua) de hace más de 2000 años en que aparece esculpida una procesión que acompaña a Dionisio, el dios del vino.
Cambiamos de sala y en algún momento aparecerá una de los mayores tesoros del museo: Las bodas de Canaán, de Veronese. Si nos fijamos vemos como se mezcla el agua con el vino (¡esa costumbre!), se sirve, se ofrece y se bebe. Uno puede pasarse horas contemplando este cuadro, observando la inmensa cantidad de personajes. No en vano, con sus diez metros de largo, es el cuadro más grande del Louvre. Con el vino como uno de sus protagonistas.
Aunque la más famosa representación de la Última Cena es la de Leonardo, en el Louvre hay varias obras que representan ese momento. Allí, lógicamente, aparece el vino sobre la mesa. El vino viene de las uvas y los racimos son algunos de los elementos fundamentales que usó el milanés Arcimboldo para crear sus fantásticos retratos conocidos como las cabezas compuestas en los que las caras y cualquier otro elemento de la pintura está formado por frutas o flores. En el retrato del otoño el pelo está formado por jugosos racimos de uvas.
Un recorrido por el Louvre, más allá de las pinturas más famosas, permite maravillarse con todo tipo de objetos de diferentes civilizaciones. Así encontramos copas de cristal de hace mil y pico de años provenientes de Mesopotamia, piezas de cerámica que representan racimos originarias del reino de Meroé, el de los faraones negros de Sudán, o vasos de Pompeya ricamente decorados.
Los cuadros franceses, pero también los alemanes y holandeses del Louvre son un muestrario de diferentes escenas de la vida diaria y de las fiestas. Y allí está el vino. Porque, está claro, si hay vida tiene que estar el vino presente.