En pocos lugares encontraremos una sierra de montañas tan bajas pero tan atractivas como las que conforman la Sierra de Cantabria. El conjunto es como un telón de fondo de película, una cortina azul que se muestra imponente sobre el horizonte. Los libros de geología nos dicen que fundamentalmente está formada por materiales calcáreos pero la realidad es que es un territorio propicio a la sorpresa y a la belleza.
Adentrarse en estas montañas que ofrecen unos roquedales verticales muy pronunciados es como caminar por un territorio de fábula, lleno de historias curiosas.
Por ejemplo, la existencia de lagares excavados en la roca. Son bastante sencillos de factura pero nos hablan del deseo de los antiguos habitantes de la sierra de introducir el vino en sus vidas.
Era una forma arcaica de producción, pero un primer intento de establecer las cosas importantes de la sociedad. En las tierras que rodean la sierra de Cantabria se han encontrado viñas silvestres, por lo que no es de extrañar que desde tiempos muy remotos la vitivinicultura sea una tradición muy arraigada en la comarca.
En los alrededores de Labastida se han encontrado una treintena de estos lagares tallados en la roca, siempre en zona de pendiente. La mayoría son circulares y de alrededor de un metro y medio de diámetro.
Labastida, al pie del pico Toloño, el más alto del sector occidental de la sierra, es un buen punto de partida para iniciar la exploración de las cumbres de esta parte. 1271 metros es la altura de su cima, así que es un objetivo que está al alcance de cualquiera con una forma física normal.
La caminata se inicia a las afueras de Labastida, y nada más empezar uno se sumerge en una naturaleza de especial belleza. Hay que estar atento porque esta sierra es territorio del buitre leonado y el águila real, además de muchas otras aves, algunas de especies protegidas.
También hay restos de la historia. Por ejemplo, en el camino se llega también a encontrar las ruinas de la ermita del Humilladero. Pero la mayor sorpresa está casi arriba del todo. Allá en lo alto, casi mimetizadas con el paisaje rocoso de las cumbres, se descubren los restos del monasterio de Santa María de Toloño, al que casi todos conocen como Nuestra Señora de los Ángeles.
Fue construido en el siglo IX por la orden de San Jerónimo, que consiguieron mantener viva la comunidad monástica hasta el siglo XV a pesar de los inconvenientes que suponía vivir en estas soledades. Un descanso en estas ruinas da para pensar en la necesidad del ser humano de habitar en los lugares más remotos.
Desde las ruinas del monasterio ya queda poco para alcanzar la cima del Toloño. Desde allí se divisa por un lado la Llanada alavesa y por el otro las tierras fértiles donde crecen los viñedos de donde surgen los vinos de Rioja.
Como lo mejor de la vida es la variedad y el contraste, después de la caminata hasta el Toloño queda recuperar fuerzas así que lo mejor es llegar hasta Laguardia, una de las villas más encantadoras de todo el norte peninsular.
Allí, para resarcirnos de los esfuerzos de la subida a las cumbres podemos reparar el cuerpo con una cata de vinos en la Bodega Campillo, una de las joyas de la vitivinicultura local.
Una visita a Bodegas Campillo permite descubrir los secretos de un mundo de sensaciones y placeres. Luego, una cena en un buen restaurante acompañado de un Campillo El Niño, de un Campillo Gran Reserva o un extraordinario Campillo RARO Finca Cuesta Clara Magnum será el broche perfecto. Nos lo hemos ganado después de la subida al monte más alto de la parte occidental de la sierra de Cantabria.