Como leyenda viva de la arquitectura moderna, la biografía del británico Norman Foster demuestra que no hay límites si se da la mezcla adecuada de talento, trabajo y atrevimiento.
Armado caballero británico hace ya casi tres décadas, el también Lord no solo acapara títulos y premios, como el Príncipe de Asturias, Stirling o Pritzker en su biografía, también un currículum de absoluta leyenda, particularmente abundante en su caso, que le ha garantizado su entrada en vida en el panteón de los grandes creadores arquitectónicos a nivel mundial.
No estamos ante el clásico inglés anclado a las tradiciones, sino ante un caballero dispuesto a transgredir convenciones para avanzar, un recurso imprescindible y común a todos los genios que han impulsado la Historia del Arte en periodos de continua transición como el que nos ocupa.
Su emblemático y revolucionario aeropuerto de Pekín, concebido como toda una puerta de entrada a un país y construido y desarrollado de manera sostenible, se adapta a la cultura e idiosincrasia de su país: su forma de dragón y la cubierta oscilante ha sido ideada para respetar y ensalzar la cultura ancestral china, al tiempo que la impulsa al futuro con la tecnología más moderna.
Su influencia solo puede calificarse de una verdadera onda expansiva, capaz de cambiar el curso de la arquitectura contemporánea. Bien es cierto que su estilo no es particularmente discreto, y que sus construcciones utilizan todos los medios tecnológicos a su disposición, que a estas alturas son todos sin excepción.
Formado en Manchester y en Yale, Foster se impregnó de todos los conceptos posibles con un espíritu ecléctico e integrador. Los inicios de su actividad profesional con el estudio que más tarde se convertiría en Foster Associates demuestran que, sin embargo, ese espíritu es compatible con la originalidad y el carácter.
Es responsabilidad de Foster que hoy tan establecida arquitectura industrial cuajase de la manera en que lo ha hecho. Su marca personal es una fe en la última tecnología, como se manifiesta en obras que aúnan lo solemne con lo visionario: el City Hall o Ayuntamiento de Londres, construido a principios de los 2000 a los pies del Támesis utilizando los medios más modernos a la hora de aprovechar materiales y energía, presume de una forma de casco entre helicoidal y bulboso, cuya transparente estructura aprovecha la luz y los recursos hasta erigirse como una enorme construcción que apenas contamina.
Su primera esposa, Wendy, falleció, y con los años Foster acabaría encontrando de nuevo el amor en la conocida psicóloga española Elena Ochoa, famosa por sus aventuras televisivas pero también una fuerte personalidad a la hora de definir el arte por su labor en la editorial y galería Ivorypress. En ese momento Foster ya era una personalidad consagrada, pero lo mejor estaba por llegar.
Sin salir de Londres, su Torre Swiss Re, con su característica forma cilíndrica (su apodo es “The Gherkin”, o “El pepinillo”) fue otro empujón en su tesis de aunar ecología y tecnología. El futuro ya estaba ahí, parecía decir Foster con este edificio erigido en pleno centro financiero en el que no parecía imponerse limitación alguna. La ortodoxia, hay que decirlo, no es una de sus características, porque la arquitectura no tiene por qué ser aburrida: 40 pisos y 180 metros de altura para un edificio que potencia la iluminación y ventilación natural, todo en condiciones de seguridad absoluta.
La Torre Hearst en Nueva York propone otro juego audaz de formas que desafía lo que nuestro ojo considera como un rascacielos convencional. Esta joya de la alta tecnología ubicada en la Octava Avenida, sede del importante conglomerado editorial que le da nombre, posee una fachada de cristal irregular, con ventanas cóncavas que son la pesadilla de cualquier limpiacristales, pero que tras su acristalamiento esconde avances que lo convirtieron en el primer rascacielos ecológico de la ciudad: su suelo conduce el calor y almacena agua para su uso en el sistema de refrigeración, entre otros múltiples avances.
No podemos olvidar la cúpula del Reichstag, el Parlamento alemán. De nuevo, un diseño de cristal absolutamente preciso y limpio, despojado de adornos, que esta vez adopta forma de solemne cúpula. Un símbolo de la estable democracia alemana y en el que la tecnología y el aprovechamiento de los recursos naturales se disponen a favor de la vocación pública.
Foster, pese a su naturaleza de arquitecto estrella, también ha sabido aportar su grano de arena a proyectos ajenos. Es el caso del viaducto de Millau en Francia, proyectado por Michel Virlogeux, a su vez otro ejemplo de la integración de la arquitectura con el entorno: casi dos kilómetros y medio sustentados a más de 300 metros de altura a los que Foster aportó soluciones estéticas.
Esaenergía estética ayuda a entender mejor la escenografía que se transmite desde la Bodega Portia. Acero, hormigón, cristal, aire y madera crean una atmósfera que sólo se entiende cuando se visita. Su vitalidad es parte de su encanto.
La labor del británico brilla también en obras para el metro de Bilbao, el estadio de Wembley en Londres, la sede de Gobierno de Buenos Aires o futuros proyectos como la Ciudad del Motor de Aragón, en España. A sus 83 años, a Norman Foster y su estudio les quedan todavía muchas soluciones revolucionarias por aportar.