Laguardia, aquí se vive el vino

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Laguardia, aquí se vive el vino

Parece que Laguardia lo tiene todo: un conjunto amurallado que protege casonas e iglesias centenarias, unas callejuelas por las que parece que no ha pasado el tiempo y buenos restaurantes. A su alrededor se despliega un paisaje único, con las peñas calizas de la Sierra de Cantabria y unas laderas onduladas que parecen un mar de viñas. No es de extrañar que sea uno de los destinos favoritos de cualquier interesado en el enoturismo.



Hay mucho que ver y hacer en Laguardia y en sus alrededores. Pero lo mejor es empezar por el propio pueblo. Lo primero que sorprende es lo bien conservado que se encuentra el conjunto histórico. Unas pocas calles estrechas permiten pasear sin preocuparse del tráfico, dejándose envolver por esa atmósfera de otro tiempo que se respira ahí. Da igual dónde se mire, Laguardia es una delicia para la vista. La muralla es imponente y hay que verla desde varios lugares para admirarla como se merece, y fijarse en las torres y las puertas. Es la prueba de que Laguardia se creó como un enclave defensivo, y ahora parece que todo está dispuesto para rodar una película ambientada en la Edad Media.


 


Si el conjunto es maravilloso, hay un monumento que destaca sobre todos lo demás. Es la iglesia de Santa María de los Reyes y, sobre todo, su pórtico. Estamos acostumbrados a ver muchos pórticos con imágenes talladas, muchos de ellos exquisitos, pero en la mayoría de los casos nos estamos perdiendo un elemento fundamental. En su origen, todas esas imágenes estaban pintadas pero el paso de los siglos y la lluvia han hecho que perdieran el color. Salvo en Santa María de los Reyes, porque en algún momento se decidió cubrir el pórtico con una estructura que lo protegió de las inclemencias del tiempo y ahora brilla en todo su esplendor.



En los jardines de entrada, todo el mundo se detiene por una escultura que es un referente a los  viajeros. Son dos mesas con zapatos y bolsos, homenaje a todos los que disfrutan de dormir fuera de casa.  Las replicas son perfectas, desde un botín hasta unas Adidas de los años 90.  Por supuesto que todo el mundo pone el bolso al lado para comparar el tamaño.



De la época medieval, cuando el pueblo era una fortaleza, quedan una serie de cuevas y túneles que, se cuenta, eran utilizados para escapar en caso de asedio prolongado. Perdida la función defensiva de Laguardia como fortaleza, los habitantes del lugar empezaron a utilizarlos como bodegas, y ahora el pueblo se asienta sobre una inmensa bodega. Hay que aprovechar la ocasión para conocer esta peculiaridad. Lo bueno es que algunos restaurantes están ubicados en estas bodegas así que una comida en uno de ellos permite matar dos pájaros de un tiro.

Ya ha quedado dicho que los alrededores de Laguardia son tan interesantes como el mismo pueblo. El paisaje es espléndido y estimula el lanzarse a una buena caminata. Y hay mucho para elegir, desde las cumbres de la Sierra de Cantabria para los más audaces a un tranquilo paseo por los viñedos de la zona. Dos secretos sobre los que hay que interesarse son los humedales cercanos y algunos restos arqueológicos que nos hablan de la presencia del ser humano en esta tierra desde tiempo inmemorial.



Por último, aunque no menos importante, ninguna visita a Laguardia será completa sin una inmersión en el mundo del vino. Aquí destacan las Bodegas Campillo, que ofrece uno de los mejores ejemplos de unión entre arquitectura y viñedo. El edificio principal es una interpretación del concepto de château francés, una forma de introducir el estilo en una instalación industrial. Una mezcla de materiales logra el milagro de unir la tradición con lo contemporáneo, todo ello para crear uno de los mejores vinos de la región con los caldos más afamados del planeta.